Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XVII


Llega el gobernador a la provincia Ocali y lo que en ella sucedió



Pasados los veinte días, salió el gobernador de la provincia Acuera sin hacer daño alguno en los pueblos ni sementeras, porque no los notasen de crueles e inhumanos. Fueron en demanda de otra provincia, llamada Ocali; de la una a la otra hay cerca de veinte leguas. Llevaron su viaje al norte, torcido algún tanto al nordeste. Pasaron un despoblado que hay entre ambas provincias, de diez o doce leguas de traviesa, en el cual había mucha arboleda de nogales, pinos y otros árboles no conocidos en España. Todos parecían puestos a mano; había tanto espacio de unos a otros que seguramente podían correr caballos por entre ellos; era un monte muy claro y apacible.

En esta provincia no se hallaban ya tantas ciénagas y malos pasos de atolladeros como en las pasadas, porque por estar más alejada de la costa no alcanzaban los esteros y bahías, que en las otras entraban de la mar, que por ser este pasaje la tierra tan baja y llana, entra el mar por ella por una parte treinta leguas, por otra cuarenta y cincuenta y sesenta, y por algunas más de ciento, haciendo grandes ciénagas y tremedales que dificultan, y aun imposibilitan, el pasar por ellas, que algunas hallaban estos castellanos tan malas que, poniendo el pie en ellas, temblaba la tierra veinte o treinta pasos a la redonda, por cima parecía que podían correr caballos, según tenían la haz enjuta, sin sospecha que hubiese agua o cieno debajo, y, rompida aquella tez, se hundían y ahogaban los caballos sin remedio, y también los hombres y, para descabezar los tales pasos, se veían en mucho trabajo. Hallaron asimismo ser esta provincia de Ocali más abundante de mantenimiento que las otras que hemos dicho, así por haber en ella más gente que cultivase la tierra como por ser ella de suyo más fértil, y lo propio se notó en todas las provincias que estos españoles anduvieron por este gran reino, que cuanto la tierra era más adentro y alejada de la mar, tanto más poblada y habitada era de gente, y ella en sí más fértil y frutífera.

En las cuatro provincias que quedan referidas, y en las demás que adelante diremos, y generalmente en toda la tierra de la Florida que estos españoles descubrieron, pasaron mucha necesidad de vianda de carne, que por todo lo que anduvieron no la hallaron, ni los indios la tienen de doméstico ganado. Venados y gamos hay muchos por toda aquella tierra, que los indios matan con sus arcos y flechas. Los gamos son tan grandes que son poco menores que los ciervos de España, y los ciervos son como grandes toros. También hay osos grandísimos y leones pardos, como atrás dijimos.

Pasadas las doce leguas de despoblado, caminaron otras siete de tierra poblada de pocas casas, derramadas por los campos sin orden de pueblo. En todas las siete leguas había esta manera de población. Al cabo de ellas estaba el pueblo principal, llamado Ocali como la misma provincia y el cacique de ella, el cual con todos los suyos, llevándose lo que tenían en sus casas, se fueron al monte.

Los españoles entraron en el pueblo, que era de seiscientas casas, y en ellas se alojaron, donde hallaron mucha comida de maíz y otras semillas y legumbres, y diversas frutas, como ciruelas, nueces, pasas, bellotas. El gobernador envió luego indios al curaca principal, convidándole con la paz y la amistad de los castellanos. El indio se excusó por entonces con palabras comedidas, diciendo que no podía salir tan presto. Pasados seis días, salió de paz, aunque sospechosa, porque todo el tiempo que estuvo con los españoles nunca anduvo a derechas. El gobernador y los suyos, habiéndole recibido con muchas caricias, disimulaban lo malo que en él sentían porque no se escandalizase más de lo que con sus malos propósitos lo estaba de suyo, como luego veremos.

Cerca del pueblo había gran río de mucha agua, que aún entonces, con ser de verano, no se podía vadear. Tenían las barrancas de una parte y otra de dos picas en alto, tan cortadas como paredes. En toda la Florida, por la poca o casi ninguna piedra que la tierra tiene, cavan mucho los ríos y tienen barrancas muy hondas. Descríbese este río más particularmente que otro alguno porque adelante se ha de hacer mención de un hecho notable que en él hicieron treinta españoles.

Para pasar este río era menester hacer una puente de madera, y, habiendo tratado el gobernador con el curaca la mandase hacer a sus indios, salieron un día a ver el sitio donde podría hacerse. Andando ellos trazando la puente, salieron más de quinientos indios flecheros de entre unas matas que había de la otra parte del río, y diciendo a grandes voces: "Puente queréis, ladrones, holgazanes, advenedizos, no la veréis hecha de nuestras manos", echaron una rociada de flechas hacia do estaban el cacique y el gobernador, el cual le preguntó cómo permitía aquella desvergüenza habiéndose dado por amigo. Respondió que no era en su mano remediarla, porque muchos de sus vasallos, por haberle visto inclinado a la amistad y servicio de los españoles, le habían negado la obediencia y perdido el respeto, como al presente lo mostraban, de que él no tenía culpa.

A la grita que los indios levantaron al tirar de las flechas, arremetió un lebrel que un paje del gobernador llevaba asido por el collar, y, arrastrando al paje, lo derribó por tierra y se hizo soltar y se arrojó al agua y, por muchas voces que los españoles le dieron, no quiso volver atrás. Los indios, yendo nadando el perro, lo flecharon tan diestramente que en la cabeza y en los hombros, que llevaba descubiertos, le clavaron mas de cincuenta flechas. Con todas ellas llegó el perro a tomar tierra, más en saliendo del agua cayó luego muerto, de que al gobernador y a todos los suyos pesó mucho porque era pieza rarísima y muy necesaria para la conquista, en la cual, en lo poco que duró, había hecho en los indios enemigos, de noche y de día, suertes de no poca admiración, de las cuales contaremos sola una, que por ella se verá qué tal fue.